domingo, 13 de abril de 2014

Crónica de un Papá Noel extraviado

¡El Blog vuelve a tener algo de actividad! Entre tantos seminarios y entregas tomamos un pequeño respiro esta Semana Santa para volver a dar un poco de vida a este espacio.
Y esta vez se revela una historia navideña y largamente prometida. La navidad pasó hace mucho, pero nunca es tarde para hacer algo de memoria en favor de nuestro querido Adri.

Así que quédate con nosotros y pasa un buen rato aquí, en aBOHRridos:

Tal y como el año pasado, la idea de ir disfrazado el último día de clase del año tuvo buena acogida entre muchos compañeros de 2B. No importaba si se trataba de Papá Noel, de SS.MM los reyes magos, de singulete o simplemente de Pedro, había que darle motivos al día para ser recordado. En este punto es donde entro yo. Me tomé muy a pecho esto último, y deseando formar parte de algo más grande que lo del año pasado tuve una idea feliz: ¿Y si vamos disfrazados todos desde nuestras casas? La idea era grabar la reacción de los transeúntes mientras nos comportábamos como auténticos Papá Noel, deseando una Feliz Navidad a quien se cruzara o repartiendo caramelos a los niños.

Adri trató de convencer a toda La Camarilla. Decía que "Cuando acabasen la carrera y pasaran unos años recordarían anécdotas como esas, no la función del catalizador de Wilkinson" ni nada de eso. Pero entre disfraces rotos, tirados, los "está en mi pueblo", "vengo en coche, es una tontería" y "tengo miedo escénico" la propuesta tuvo poco éxito.

¿Que motivos me llevaron a no arrepentirme? Pues hay varios: ya había adquirido el disfraz de Papá Noel (el del año pasado no aguantó el trote), y no se me pasaba por la cabeza el dejarlo en el fondo del armario. Por otro lado había divulgado mucho mi idea, y las promesas son para cumplirlas. Además, una amiga mía tenía un examen de bioquímica ese día, y sabía que el encontrarme con ella vestido de aquella manera haría que se riese un rato y dejase los apuntes de lado.

Y llegó al fin el día marcado. Aquella mañana me levanté temprano y nervioso, tengo que reconocerlo. Tras el desayuno y el aseo tocó probarse el mono de trabajo y... ¡le faltaba el cinturón!, complemento imprescindible para alguien canijo como yo. Menos mal que a diferencia del año anterior los fabricantes habían incorporado la tecnología del elástico al pantalón. Con el atuendo puesto y mochila en hombro me lancé a la aventura.

Antes de atravesar media Sevilla tenía que ir desde Tomares en autobús, y no a cualquier hora; en el tramo en el que lo cogen todos los chavales de mi pueblo, y antes de subir al bus debía llegar a la parada. En esto no hubo nada anormal, pero el primer suceso surrealista tuvo lugar cuando una señora sentada en la parada me miró (con razón) extrañada. "Se me ha olvidado el reno" fue la mejor respuesta que se me ocurrió, pero no era del todo correcta: mi "reno" me esperaba en Sevilla.

Llegó el autobús, y cuando el chófer abrió la puerta y vio entrar a Santa Claus se quedó tan perplejo que no respondió a mis "buenos días". Quién sabe, a lo mejor no había sido bueno durante aquel año. Sentí todas las miradas clavadas en mí, y vi tantas caras como colores tiene el espectro: algunas atónitas y otras directamente evitaban mirar, pero también alguna sonrisa. Por suerte no iba solo, y es que Sergio, un amigo del baloncesto me acompañó durante todo el trayecto. Me encontré con algunas compañeras del bachiller, y entre ellas estaba la amiga. Conseguí sacarle una sonrisa, pero siguió estudiando (probablemente yo hubiese hecho lo mismo en su situación).

Un aliado inesperado, ¡Hasta se quiso poner el gorro!
La reacción de la gente en Plaza de Armas tuvo que ser la misma que en el bus, pero ya no estaba pendiente de la gente. Sólo buscaba a algún niño o niña para hacer el papel de un auténtico Papá Noel. Me despedí de mis antiguas compañeras y preparé a Rudolf para dirigirme al lugar en el que brillaba la Estrella Polar (Sí, esa).

¿Alguna anécdota durante el camino? Sí, a la altura del Puente de Triana me iba haciendo a la idea de que un Viernes a las 9 no iba a haber ningún niño/a en la calle. "No ha sido buena idea, todos estarán en la guardería o colegio" pensaba. Y en aquel momento vi a un crío montado en la sillita de atrás de una bici con su madre. Aceleré y, con caramelo en mano, me puse a la altura del niño. Muchas veces me pregunto porqué monté todo esto, pero la cara de alegría de aquel chavalín cuando vio a Santa Claus era motivo suficiente para volver a disfrazarse n veces, siendo n>0. Tras un "¿Te has portado bien este año?" acompañado de un "Ho ho hoo, feliz Navidad" me dirigí hacia Reina Mercedes.

No era el único Papá Noel en la calle, muchos vendedores de pañuelos también iban así. Desde aquí os pido que si alguna vez alguno de estos señores tan majos os saluda no miréis para otro lado. Trabajan duro y a cambio de poco, darles el trato que se merecen.

Antes de terminar, un pequeño vídeo de la aventura:



Llegué al edificio sobre el que brilla la Estrella Polar durante todo el año y me transformé durante un rato en Adrián Silva Díaz. Más tarde, el aula 4 sería ocupada por dos Papá Noel, algunas de sus ayudantes (Vero, Pilar, Davinia y Rocío) y un nota en traje que iba de empalme, llamémoslo Japy. Aquí termina la historia, pero comienza la leyenda.

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