domingo, 8 de septiembre de 2013

Sombrero de Cowboy

Llegados a Septiembre es el momento de recuperar la más antigua, mágica y alcohólica de nuestras secciones. Los químicos y no químicos van regresando a Sevilla, pensando ya en el nuevo curso que se avecina, y es por ello que las grandes noches en las que la patear las calles de la ciudad tienen como único objetivo la bebida y la diversión.

Tal vez este cuento sea el más light de los que llegarán durante los próximos meses, pero a petición de mis acompañantes, y dada la gran noche que vivimos los presentes, se merece un hueco en este Blog.

Pero bueno, no digo nada más, ¡vuelven las QuimiSalidas en aBOHRridos!

Acabamos la noche bastante perjudicados todos, como dice un buen amigo mío, aunque eso se veía venir desde hacía varios días. Habíamos quedado sobre las nueve y media de la noche, sin tener en cuenta que personas puntuales hay pocas, y yo no estoy tampoco en ese pequeño grupo. Eramos cuatro únicamente: Davinia, Yeyo, Marta y el escritor del relato, Mike.

Planeábamos una quedada de reencuentro, pues desde aquella fiesta de los setenta no nos habíamos vuelto a ver las caras los cuatro juntos. Davinia fue la primera en llega, posteriormente Mike y finalmente Marta y Yeyo, este último acompañado por su sombrero de Cowboy, que iba a atraer las miradas de muchos sevillanos el resto de la noche.

Como la chica de Bornos nunca había visitado la Alfalfa, pensamos que era un buen lugar donde beber y dejar correr el reloj, y nos pusimos en camino. Durante el paseo las anécdotas el verano eran el aperitivo de la noche, sin pasar por alto el momento susto cuando se cruzó un caballo en nuestro camino o las cuñas de Davinia, de las cuales dice ella tengo la culpa... pero no la tengo.

Pisamos la Alfalfa con el sombrero listo y entramos en "Blues" para el primer trago. El local estaba bastante decaído, aún era temprano, pero ya le dábamos nosotros ambiente. Estocolmo era el nombre de la primera jarra de chupitos, una mezcla de vodka, ginebra, whisky, melocotón y granadina que sabía peor conforme pasaba el tiempo, que ironía. Fueron entrando uno tras otro, hasta seis chupitos por cabeza, y según se acababa el primer litro pensábamos en el segundo que pedir.

Quien lleve el sombrero debe servir una ronda, y por supuesto, todos deben servir.
Por aquel momento la cordura seguía mandando, Yeyo se lanzó tras, caer unos hielos al suelo, a contarnos un chiste. "¿Cómo se corre un esquimal?", podéis verlo por Youtube, es más cómodo. El sombrero llamaba bastante la atención tanto dentro como fuera del bar, y nosotros teníamos el propósito de ser los más borrachos cuando todo el lugar estuviera lleno de gente. Caían numerosas fotos y conversaciones tontas, y llegó Berlín.

Vodka, ron, ginebra y cerveza formaban el segundo litro que beber, y otros seis chupitos para cada uno. Con ellos se empezó a acentuar el asunto. Las dos chicas descubrían que compartían ciertos gustos musicales, mientras Yeyo y yo recordábamos fuera del bar una de las grandes noches que habíamos vivido hacía un tiempo.
¡Coño, he encontrado una decente de los cuatro!
Las fotos seguían empeorando y decidimos pedir el tercer litro, combinación de vodka, tequila, ron, melocotón, naranja y granadina; o como lo llamaban allí, Fuego. Si antes habíamos brindado por una gran noche, por el reencuentro, por nosotros, por un buen curso, por segundo/tercero de carrera según quien o por el grupo B; ahora empezábamos a desvariar un poco, y brindamos por un sombrero o un bonito servilletero, y más tarde simplemente bebíamos. 

Empezaron a ocurrir cosas un tanto raras... Tras animar a Yeyo un poco con una expresión clásica como "No hay huevos", este le contó el chiste del esquimal a dos desconocidas que estaban pidiendo en la barra, y lo hizo con sombrero. Davinia y yo nos propusimos una tarde de Calixto y visitar posteriormente a Tejero, y cerramos el acuerdo con un apretón de manos. No se me puede olvidar que Leroux le quitó un chupito a Davinia.


Consumidos tres litros salimos fuera a tomar el aire, y acabamos visitando el ya conocido en este blog "Bar sin Nombre", donde mientras Marta y yo charlábamos servían diez chupitos más para mi sorpresa. Entre Yeyo y yo entraron todos repartidos a medias, y echamos un largo rato hablando para finalmente poner rumbo al Prado de San Sebastian, donde recogían a Davinia, no sin antes una última parada.

Brindemos... por la ronda sorpresa de chupitos.
Algunos entramos al baño, y ahora si echábamos a andar, menos Yeyo, que se quedó en la barra y nos dijo que nos alcanzaría después. El muy cabrón se quedó bebiendo absenta. Todos reunidos, y bastante puestos aparentemente, paseábamos por Sevilla. Como no nos fiábamos mucho del de la absenta, preguntamos a un señor el camino más corto, y menos mal... porque íbamos a dar un rodeo increíble. Por la calle saludamos a un barrendero, lo que dio lugar a algún pellizco de nuestra compañía, por el tema de la vergüenza.

Y finalmente, tras un largo camino donde salieron a la luz trapos sucios y secretos, donde se nos alejaban algunos y otros gritaban, llegamos al Prado. Marta acompañó a Davinia a la parada de autobús mientras nosotros dos esperábamos en la boca del metro. Comenzaron entonces los mensajes de voz, las invitaciones a terceros a beber con nosotros y cosas por el estilo. Para cuando regresó Marta nos contó como un extraño le había preguntado por Calle Betis e intentado que se fuera con él, pero la chica es dura y tiene salidas para todo, y el pobre hombre se quedó con las ganas, aunque nos propusimos no volver a dejar a una compañera sola. Gran error.

Y aquí terminó la noche... salvo por el asunto del metro.
Una vez nos despedimos de Marta, y finalizando la noche, Yeyo y yo nos bajamos en San Juan. Mi compañero no encontraba la tarjeta del metro, y con mucho descaro salió junto a mi sin picar, lo que nos hizo vernos las caras con el segurata, que se acercó mientras nos decía "Qué, ¿lo vamos a hacer por las buenas?". Se llevó a Yeyo, que seguía explicándole que no encontraba su tarjeta. El de seguridad le invitó a rebuscar de nuevo, y al encontrarla no se le ocurrió otra cosa que ponérsela en las narices (literalmente, contra la nariz) al guarda mientras decía "¡Aquí estáaaaaaá!". Picó, salimos, pedimos disculpas y nos despedimos con nuestros respectivos mareos: Yo iba a casa, mi buen amigo a la feria de Tomares, que la noche no había terminado...

Y poco más que contar, a lo mejor me olvido de algo, pero es normal... ¿Habéis sido capaces de contar el número de chupitos?

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